
El pequeño estanque con el tiempo se ha convertido en la zona más amena de nuestro jardín.
Siempre hay todo tipo de bichos que lo visitan.
En las noches de verano a su lado es también para nosotros una especie de refugio para soportar mejor el calor.
Estos días las primeras y últimas horas dedico al cuidado de las plantas. El sol ya se hace insoportable y nos roba la primavera.
Disfruto los últimos ratos del día sentándome al lado del estanque.
Es placentero escuchar el cante del mirlo, ver como algún que otro pajarito viene a beber agua. Luego se escucha el silbido de los vencejos y después se puede observar el vuelo de los murciélagos. Bueno, también entre el croar de las ranas a ratos se escuchan los ladridos de los perros y perritos de las vecindades.
No hay paraíso perfecto.
Hoy pasó una cosa muy triste al mediodía.
Salí afuera para buscar cebollino y vi una libélula de estas enormes de colores azules y turquesas entre las hojas de nenúfares buscando un sitio para deponer sus huevos.
Fue a buscar la cámara y vi que “mi modelo” había cambiado de sitio. Se había posado en el borde del estanque y en este momento saltó una rana y se trago la libélula.
No era muy rápida, ya que tenia trabajo para engullir a su victima, pero yo quede tan perpleja que me olvidé por completo de la posibilidad de sacar la foto de la rana, cuando estaban asomándole las alas por los lados de la boca.
Este episodio me hizo odiar a la rana durante un rato, pero en la naturaleza…